Anoche vimos el 3º episodio de Cosmos, donde habla de las vidas de Newton y Halley, entre otros, para explicar de qué manera la gravedad gobierna el movimiento de los cuerpos del sistema solar, los cometas y demás.
Sería fácil pensar que este episodio, al centrarse mucho en las vidas y obras de unos científicos, inspira menos asombro que los dos anteriores, donde explican el origen del universo y de la vida. Pero no es verdad. Mi asombro fue el mismo, si no mayor. Qué increíble es pensar en la cantidad de poder mental, de imaginación e inventiva que es necesaria para deducir y calcular la distancia del Sol a la Tierra, el sistema por el que se mueven los cuerpos celestes, cuándo y por dónde volverá a aparecer un cometa que hasta entonces todos pensaban que eran cometas distintos, para, en definitiva, tener la capacidad de mirar más allá de tus propias narices y ver el mundo tal y como es, sin explicaciones simplonas, sin respuestas tipo «lo hizo un mago y es magia» que, como bien decía Neil Degrasse Tyson, sólo cierran puertas porque no llevan a otras preguntas. Y qué tesón para viajar meses, sufrir toda clase de incomodidades y peligros, trabajar sin calculadoras, ordenadores, sin apenas instrumentos, a base de puros huevos, porque TIENES QUE SABER. NECESITAS SABER.
Nunca entenderé a la gente que considera que la ciencia y la imaginación son opuestas. Hay que ser cateto, muy cateto. Hay más inventiva, imaginación y creatividad en cómo los científicos aprenden más sobre el universo que en 100 colecciones de fantasía. Crear hipótesis sobre cómo y por qué las cosas son es un ejercicio de imaginación pura, como lo es el diseñar los experimentos que lo prueban. La ciencia no existe sin imaginación y fantasía.
La diferencia con los ignorantes, claro, es que los científicos se arriesgan a estar equivocados porque las hipótesis hay que probarlas. Y con más frecuencia que lo contrario, los datos dicen no.
Visitar la tumba de Newton en Westminster fue para mi una experiencia emocionante (entre otras muchas personas que admiro que están ahí), porque ver aquel impresionante monumento dedicado, no a un conquistador, ni a un parásito real, sino a alguien que posibilitó el que voláramos, el que pudiéramos salir de la órbita, el que nos elevó probablemente más que ningún otro de los grandes en la historia de la humanidad, me recuerda que no todo está perdido, y que por mucho imbécil que pretenda arrastrarnos de nuevo a las cavernas para postrarnos frente a muñecos de madera, seguimos produciendo luminarias que brillan con más fuerza que la ignorancia que tanto agrada a muchos.
Alexander Pope escribió un epitafio a Newton que, finalmente, no se permitió poner en su sepulcro en Westminster, quizá por rozar lo blasfemo. A fin de cuentas, Newton, probablemente sin proponérselo, puso el primer escalón que nos llevó al cielo para ver que está vacío, y que Dios es innecesario e irrelevante. El epitafio rezaba:
«La Naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche. Y Dios dijo: ¡Hágase Isaac Newton!, y tod fue luz.»
Somos una especie gloriosa. No hay suficientes remos para darles con ellos en la cara a todos los imbéciles que piensan que somos malos, un cáncer, imperfectos o cosas así. Si produjimos a Newton y otros como él, merecemos echar adelante.
Quién empezó exactamente la famosa falsa creencia de que los poetas eran imaginativos y los materialistas unos muermazos se pierde un poco en la noche de las discusiones estúpidas. Ya en El conde de Montecristo se expone casi con estas mismitas palabras. Posiblemente esté relacionado con el desarrollo de un instrumental cada más sofisticado que no impedía ni mucho menos un soberbio trabajo mental, pero lo «validaba» cuando los datos lo confirmaban y con el peso cada vez mayor de matemáticas muy complejas; lo que a los poetas no les gustaba ni un pelo.
Sobre si somos un cáncer, te elaboro un poco lo que comenté en Twitter: es que existe un concepto erróneo de lo que es el ambientalismo porque, para empezar, el concepto que se emplea de «naturaleza» es erróneo. El autor del blog que enlazo es un biólogo que en varias de sus entradas (no tiene etiquetas) comenta que la «naturaleza» como «lugar no tocado por la civilización» no se pensó sino desde el romanticismo, cuando las ciudades estaban tan lejos de los bosques que la distinción se hizo pertinente (y más todavía en América del Norte). Para él, lo que existe más allá de las ciudades es el campo, y que este es el resultado de la agricultura, la ganadería y todo lo hecho desde tiempos inmemoriales.
http://www.lansky-al-habla.com/
De hecho, el Sáhara y otros «desiertos naturales» tienen mucho de consecuencia de pastoreo intensivo, pero suele ser ignorado por ciertos apóstoles que se dicen ecologistas pero no saben de ecología. Tampoco te confundas: es posible que haya un efecto nocivo, no algo apocalíptico como El día de mañana (¡Vaya peli más mala!) porque para empezar no tendríamos potencial ya para seguir como ahora, pero sí un lento desinflar que puede acabar mal por la tendencia conocida de saltarle al prójimo cuando se pasa hambre.
Más que la tecnología moderna que tanto señalan algunos, los problemas ambientales de ahora son una consecuencia del triunfo del egalitarismo, entendido como que todo el mundo tiene derecho a tener un coche: hasta hace 150 años, y mucho menos en algunos sitios, había un sentido muy fuerte de la clase social. Los pobres vivían con poquísimo y el lujo era algo al alcance pues de unos pocos, así que su derroche no afectaba tanto. Si sumas la explosión demográfica con el «yo también quiero», pues ya lo tienes. De ahí el hincapié en el consumo responsable y usar fuentes renovables.
Así lo veo yo.
P.D: Me he acordado por el tema del ambientalismo: si algún día tocas otra vez el narcisismo y los problemas de la identidad, ¿por qué no hablas de Avatar? Esa película es un clarísimo reflejo del complejo del blanquito que no quiere ser blanquito y quiere ser indio, aunque sea un indio con moralina muy de blanquitos.
Reblogueó esto en Júrameloy comentado:
A veces los amigos escriben cosas que te devuelven, un poquito, la fe en la humanidad (y que te plantees ver otra serie, claro). Maravilla y golpes de remo, por Ramón Nogueras.