Uno no siempre puede escribir lúcidas reflexiones sobre psicología. A veces toca reírse de uno mismo, y del mundo.
Recientemente muchos de mis amigos han propagado un documental llamado Obsolescencia programada. Siempre que veo este tipo de documentales, por más verdaderos que sean, me embarga una sensación de cinismo hecho espectáculo, como cuando la reciente desaparición de CNN+. Que por lo visto todos veían, a pesar de sus desastrosas cifras de audiencia. Quizá era un placer culpable, pero es más probable que se tratara de un intento de vender una imagen. Y de eso quiero hablar hoy. Sin usar la palabra que empieza por ‘n’.
Es una moda muy cómoda eludir la responsabilidad por las acciones de uno, en vez de mirarse al espejo y aceptar que tu acciones te definen, y no lo que tú dices que eres. Cuando se explican las tácticas detrás de la colocación de los productos en los lineales de un supermercado, lo primero que piensa la gente es que los supermercados nos manipulan. Es cómodo y nos excusa por no comprar de manera saludable y responsable. Yo quería comprar verdura, pero la colocación de las tartas de chocolate me obligó a pillar 10.
No, no nos manipulan: reaccionan a nuestra conducta, y se adaptan a ella.
Tengo la sensación de que en este caso es lo mismo: no se trata (o al menos no se trata solamente) de que las malvadas empresas fabriquen basura que caduca enseguida porque son malos y odian a las crías de foca. Ciertamente la imagen de un CEO diseñando un plan estratégico para joder simplemente porque sí es un clásico de Hollywood. Pero las narrativas que construimos para explicar la realidad no son necesariamente la realidad. Se trata de que las empresas hacen aquello que nosotros queremos que hagan porque les pagamos por hacerlo. Si las empresas obran así, es porque lo demandamos. LA CULPA ES NUESTRA.
Un profesor que tuve en el master de RRHH lo explicaba muy bien con este ejemplo:
En los años 60 los Cadillac se vendían sobre la base de que, bien mantenidos, estos coches duraban para siempre, y tus hijos y nietos los podrían heredar. La durabilidad era un valor, y era lo que la gente demandaba. Pero la gente cambió (porque os digan lo que os digan, las empresas no pueden predecir las modas) y empezó a querer cambio continuo, y heredar cosas pasó a ser visto como algo de pobres. ¿Quién quiere tener un coche de 30 años? ¿Quién quiere llevar la misma ropa 10 años o más? No, no queremos, queremos ir siempre a la última. Queremos cosas baratas y fácilmente reemplazables que no tengamos que molestarnos en arreglar.
Me parto de risa viendo a muchos geeks (una subcultura pletórica de narcisismo) llenos de falsa indignación con este documental, cuando son a menudo ellos los que, cuando una empresa saca un nuevo modelo de móvil con una polladita absurda más que antes, son los primeros en descartar su terminal (aún válido) porque quieren el nuevo con la chorrada 2.0 de turno.
Las empresas reaccionan a lo que la gente quiere, y si la gente votara con sus bolsillos en otro sentido, entonces las empresas harían otra cosa porque ellos van a donde está la pasta, y no van a hacer cambios sociales. Los cambios sociales son nuestra responsabilidad. Que es muy bonito echar la culpa de todo a las empresas y las conspiraciones ajenas y a… a lo que sea menos a responsabilizarse de lo que uno hace, vaya. Y así nos va. Como sociedad, y como individuos.
Hay muchos ejemplos de empresas (en otros países, claro), que detectaron el interés por las prácticas sostenibles y se orientaron a satisfacer ese nicho de mercado. No se trata de que las empresas alemanas hicieran a esa gente más ecologista, sino que reaccionaron al interés de la gente por el tema, y se posicionaron ahí. Forrándose, por cierto. Empresas que fabrican por ejemplo material de construcción sostenible y lo más importante, más duradero. Los alemanes preocupados por ello aceptaron pagar algo más por ese material. Pero claro, eso es una muestra de gente mostrando verdadera preocupación y votando con el bolsillo, y eso no mola. Mola más echarle la culpa al otro.
A mí el documental no me desagradó, pero sí que era un tanto sensacionalista, y eso que también planteaba la cuestión fundamental: Vale, si no queréis esto, ¿sabéis lo que queréis realemente y sus consecuencias?
Si los geeks aplicasen el mismo agitprop que desencadenan contra otros sectores, entonces los lobbies de las empresas tecnológicas y sus supuestas manipulciones serían el demonio colorao. Pero claro, esas empresas son colegas y nos mola que se forren.
El que se queja de que primero compró un tebeo y luego «se tiene que comprar» la versión en tomo porque viene con dos páginas más es un cretino. Nadie te obliga. El juego es así: tú coleccionas y te gusta coleccionar, y ellos te suministran la droja. Si no quieres, no lo haces.
Eso mismo ya lo dijo Nach en los comentarios de la noticia compartida en el Reader (y lo comenté en otro sitio donde se discutía sobre el documental).
Pero no esperes que determinados sectores de la población que se limitan a tragar noticias y documentales sin más (y/o a gente con menor nivel cultural) se den cuenta del fondo del asunto.
Cuando veo argumentaciones así («La colocación de los estantes me obligó a comprar esa tarta de chocolate…») en mi cabeza siempre suena a «Soy imbécil y no puedo remediarlo».
La impotencia como excusa a la inoperancia. Estar tocándonos los cojones en casa aduciendo que somos esclavos de los poderosos.
En definitiva, mentalidad de esclavo.
Interesante leer otros puntos de vista. Pero me parece que te cargas toda la industria del deseo (publicidad, marketing…) y la conviertes en un simple análisis de tendencias que surgen de la gente, sin intervención de ningún motor externo que las origine. Entonces, ¿a qué vendrá tanto derroche de las empresas en publicidad, si bastaría con unas encuestas para averiguar si la gente prefiere coches más potentes, más seguros, más económicos, más ecológicos…? ¿Para qué publicitar tanto unas películas en lugar de otras, si la gente va a ver las que realmente le gusten, independientemente de su calidad, valores, actores, etc.? ¿Por qué, si no influye, está legislado el uso de la publicidad? En el documental se mencionan tres elementos o pilares sobre los que se asienta la sociedad de consumo: obsolescencia programada, publicidad y crédito. Lo que pasa es que sólo trata del primero.
Al igual que Carlos Díez, pienso que tu análisis es tan simplista como lo que estás criticando. Está bien, reconozcamos que es nuestra responsabilidad lo que hacemos. Pero no neguemos el hecho de que las empresas también están creando cuestiones, y la política y la economía y el mundo también afectan a tus decisiones. Uno elige, pero ve el mundo para elegir. Creo que es algo más complejo que simplemente reducirlo a «la culpa es nuestra, estamos condenados», porque la Historia demostró que ese argumento lo único que hace es condenar más a los que ya están condenados (que tienen su cuota de responsabilidad, por supuesto, pero es más difícil que simplemente elegir lo que nos conviene).
En mi caso, tengo un móvil que, en opinión de algunos, es antiguo y poco más que una puta mierda pisoteada. Yo les repondo que, mientras funcione, sirva para llamar, recibir llamadas y hacer alguna foto de tanto en tanto, me gusta como es. Del mismo modo que conservo una Game Boy que aún funciona porque me siguen gustando los juegos de esa consola, y que no tiro los libros aunque se hagan viejos o lo sean cuando me los regalan, porque incluso valoro esa vejez.
Ya en muy raras ocasiones, me miran raro por no comprar por comprar. En el fondo, es eso lo que ocurre.
Lo que vendría a ser mi opinión sobre el asunto
http://www.youtube.com/watch?v=bi86n9fV7Fc
Hicks era un héroe.
Aunque sí comparto contigo lo que supone de dejación de responsabilidades el planteamiento de la gente de «la maldad y la manipulación de Matrix». Pero yo creo que viene a ser más bien una simplificación hollywoodiense, la idea de la reunión de tipos malvados trajeados fumando puros en una habitación oscura, discutiendo el futuro del mundo con un cinismo y una maldad y vídeos de las por ti mentadas crías de foca apaleadas que les hacen reír.
Pero no se puede negar que, aunque el sistema somos todos, lo somos unos más que otros, y, aunque la responsabilidad es de todos, al final los tipos de Madmen fueron los cabrones que nos inventaron. Más o menos.
Me gusta lo rápido que se excluye el punto medio en este tipo de discusiones.
Carlos, la industria del marketing es un sumidero de dinero, que clama ser capaz de crear deseos en los consumidores, pero que en muchos casos es un sumidero de pasta porque las empresas no tienen forma de medir hasta qué punto las subidas y bajadas de ventas se deben realmente a la publicidad. Mi colega el Capitán Napalm, que a veces comenta por aquí, tiene un blog dedicado a ello, ya que él se dedica justamente a eso. Y te sorprendería saber la cantidad de millones que las empresas tiran en marketing que no sirve absolutamente para nada.
Los gobiernos legislan sobre cualquier cosa que se les diga que han de legislar para seguir recibiendo votos, sea un verdadero problema o no. Que los gobiernos legislen sobre algo no quiere decir que sea un problema o algo necesario (ley Sinde, por ejemplo).
El documental, Carlos, me parece que está bien realizado y es correcto. Pero mi post no va del documental, sino de las reacciones al mismo, y lo que implican. Porque la mayoría de personas que han visto este documental no cambiarán en nada sus hábitos de compra, con lo que a las empresas que estafan les da igual, sus actos no tienen consecuencias más allá de pagar multas.
Odyseeus, yo creo que decir «es nuestra responsabilidad y nuestra decisión» es justamente lo contrario de decir que estamos condenados. Al contrario: esa mentalidad de víctima de «las empresas gobiernos nos manipulan y qué malos son y qué poco podemos hacer» sí es mentalidad de estar condenado.
No hay duda de que todos nos vemos afectados por el marketing y por la publicidad, pero eso no nos hace menos libres, empezando porque podemos elegir no hacerle caso. A no ser, claro, que caigamos en la trampa de pensar que aquél que no ha elegido lo mismo que nosotros es por ello menos libre, de ahí el famoso razonamiento «los que oyen a Melendi están mediatizados por las campañas de publicidad y las espectativas culturales, nosotros los que oímos hevydrollas no».
Tampoco debemos olvidar que como todo en Historia, esto no es más que un experimento. Las sociedades de la opulencia y el despilfarro no tienen ni un siglo, algunas décadas en muchos países. Desde luego que antes se reparaba todo hasta que no quedaba más remedio que comprar algo nuevo, y las ropas se remendaban mil veces a no ser que fuese uno un potentado. Que esto se puede ir al carajo no lo niega nadie. Lo malo es que esos comportamientos son plenamente humanos, nadie los ha inventado sino que están ahí y todos intentamos sacar partido de ello: el gusto por la novedad, presumir de pertenencias, etc.
Quizás tengas razón, sólo digo que no creo que sean tan inocentes las empresas ni tan culpables nosotros. Lo veo más cerca del gris, de la responsabilidad compartida. Por supuesto, que lo haga la mayoría no lo valida. Sin embargo, a mi parecer hacer cambiar al sistema no es tan fácil, menos sabiendo poco.
Yo creo que la difusión de documentales como este ayuda a informar y a concienciar y, quizá, a cambiar hábitos y a ser más críticos y más exigentes.
A mí lo que me sorprendió especialmente fue el chip que llevan algunas impresoras y que hace que se paren automáticamente al cabo de x páginas imprimidas. Me parece una estafa. No que se fabriquen productos que duren poco, sino que los productos lleven incorporada, de manera artificial, su fecha de caducidad.
Salvo que…
… un conocido me explicó que esos chips se implantan para que sea posible cambiar ciertas esponjas que absorben la tinta en exceso, y que de no hacerlo así se cargarían la impresora del todo. El chip bloquea la impresora, la llevas al servicio técnico, resetean el chip, cambian las esponjas, y a seguir.
No sé si la explicación es cierta, pero es plausible.
Es plausible, pero en el documental, si no recuerdo mal, no hablaron de ello. Salía un usuario contactando con un servicio en Rusia que le explicaba cómo desactivar el chip. Te quedabas con la sensación de que aquello estaba pensado para hacerte desechar la impresora, no de que tuvieras la opción de recurrir al servicio técnico, pero quizá fue una impresión mía, o bien los responsables del documental no estaban bien informados del todo, o no dieron toda la información. ¿A quién creer?