
Vamos a atacarlo.
Hablar de las redes sociales y el daño que hacen es, como siempre, un ejemplo fantástico de cómo en realidad (o sea, en la realidad que creamos en nuestros cocos), nada es culpa nuestra.
Las redes sociales son una herramienta. En sí, darles una intención o una capacidad es humanizarlas más allá de lo que son. Que es nada.
La gente no abandona sus relaciones personales por las redes sociales. En primer lugar, porque la adicción a las redes sociales está amplia, muy ampliamente, sobrevalorada y sobrediagnosticada. En la entrada anterior de esta breve serie ya desmontábamos esos datos sobre el aumento de la soledad. Pero claro, la narrativa que ellos proponen es más bonita.
En realidad, muchas personas con una intensa actividad en las redes sociales son gente con una intensa vida social cara a cara. Por supuesto, también hay enormes solitarios que sí son muy activos en las mismas. Porque no hay relación alguna, aparte de la que queremos crear. Lo que sí puede haber cambiado es cómo nos comportamos en nuestras interacciones sociales.
Una cosa que sí he observado, en mí y en los demás, es el grado de «presencia» que a veces puede haber en una reunión. Me ha pasado muchas veces estar en una reunión con más personas y ver a algunos más pendientes de su móvil que de lo que ocurre. He visto a gente tweeteando (no sé por qué me parece que esto pasa más con Tweeter que con Facebook), narrando el evento mientras ocurre. Esto simplemente indica una cosa: no estás presente del todo.
Creemos que tenemos una buena capacidad de multitarea, pero nos engañamos. Si estamos tweeteando las cosas que alguien dice en una fiesta, estamos perdiendo la continuación de esa situación. Estamos interrumpiendo algo que es delicado y fácil de perder, como es la conexión con otra persona. De hecho, he estado comiendo con una consultora con la que colaboro mucho, y a veces casi tengo que enfadarme con ella para que deje en paz la puta Blackberry con los putos emails y demás chuminadas de la red. Porque no está ahí, aunque parezca que contesta. He visto a gente en un bar pensando en cómo contar lo que alguien acaba de decir. Me ha pasado a mi.
¿Y esto por qué es? ¿Es por la capacidad intrínseca de las malvadas redes sociales de crear adicción? Es un fenómeno muy sencillo que se llama programa de refuerzo de razón variable aleatoria. Y es la misma razón, en realidad, por la que la gente se engancha a las tragaperras.
Las redes sociales dan algo que queremos: entretenimiento suministrado por nuestros amigos, y refuerzo social cuando alguien nos da la razón, nos dice que molamos, y cosas así. Claro, cada vez que consultas el móvil, puede que haya novedades, puede que no. Cuando suena una notificación – en serio, ¿cómo pretendéis hacer nada cuando le dáis a todo el mundo carta blanca para interrumpiros? – puede que sea interesante o puede que no. No lo sabes, tienes que mirarlo.
Lo triste es constatar que la mayoría de nosotros, aparentemente, no podemos competir en interés con muchas otras personas cacareando a la vez en Internet. No podemos, y esto nos desespera. Así que le echamos la culpa a las redes sociales, en vez de aceptar el hecho de que, muchas veces, no somos tan interesantes para nuestros amigos. Y que, simplemente, antes estaban contigo y no tenían escapatoria. Ahora pueden, sobre todo si no están a solas contigo, escapar y ver si alguien ha dicho algo gracioso. O decirlo ellos, y que otros se lo jaleen. Tú no estás mal, pero de todos modos estás ahí y no te vas a ir. ¿Y si mientras alguien está contando algo chulo?
Antes estábamos encerrados los unos con los otros. Ahora podemos estar con gente, y a la vez leer sobre todas las cosas chulas que hacen otros a la vez. Esto es más agudo aún cuando tienes grupos de amigos separados por cientos de kilómetros entre sí. Puedes sentirte inquieto y ansioso todo el tiempo, porque en cualquier momento puede llegar algo interesante. Esta activación continua nos gusta, y nos desconecta. Tratamos de estar en varios sitios a la vez. No podemos.
El día 27 empezamos el fin de semana del convite de mi boda con Nur. En vez de hacer un convite al uso, pillamos una masía fantástica y pasamos el fin de semana con los amigos que quisieron y pudieron venir. Y fue memorable, absolutamente memorable y fantástico. Para la mayoría, si no todos, la mejor boda en la que hemos estado. Y hubo una cosa curiosa: no había (aunque debería haber) apenas cobertura móvil ni acceso a Internet.
Evidentemente, no soy tan subnormal de afirmar que «todos lo pasamos muy bien porque no podíamos mirar Facbook, derp, derp.» Y si alguien lo afirma, pues eso. Es una idiotez. Pero sí observé una cosa: todo el mundo, especialmente algunas personas, estaba mucho más presente. Y creo que eso sí contribuyó a lo bien que todos encajaron entre sí, y a la calidad de ese fin de semana. Eso, y que las 25 personas que acudimos éramos buena gente, que era una ocasión gozosa, y… y muchas razones más. Veremos si el año que viene podemos replicar el éxito 😉
Por ahora, llego hasta aquí. Una cosa que mi amada esposa (qué cosa tan curiosa de escribir ahora, ¿verdad?) me comenta es que echa de menos cuando hablaba de mi. O sea, cuando las entradas de este blog eran más una bitácora en la que hablaba de las cosas que me pasaban y menos un púlpito desde el que desvarío sobre temas y los analizo y pedorreo sobre psicología. Y eso me ha hecho pensar más. Y con suerte, aprovechando que andamos de vacaciones, quizá eso se traduzca mañana en alguna de las entradas que tengo a medias sobre este momento que estoy viviendo. Porque aunque creo que no lo menciono mucho (y esto sí se debe más a mi actividad en las redes sociales), me he casado en la MEJOR BODA DE LA HISTORIA. Y además voy a ser padre ya mismo. Casi nada.
Y eso
Bueno, es que el efecto del Jetalibro y similares no debería ser mayor que otras distracciones. Cuando yo era estudiante, me distraía con facilidad pensando en cualquier tiarrona o en alguna frikada, por lo que era (y soy) ese tipo de persona que puede estar «poco presente». Ahora que soy el profesor, sí veo que los alumnos pueden distraerse con el móvil, pero también se siguen distrayendo pintando en la mesa, hablando entre ellos o haciendo el ganso, igualito que cuando estudiaba yo. Simplemente, han añadido nuevas maneras de distraerse.
Y aparte, ¡felicidades!
Eso es: ahora tienes que ser más interesante que el Facebook, Twitter y demás. El juego es el mismo.