Foto de cabecera y de artículo por Kenzie Broad en Unsplash
Scott Alexander es un tipo que nunca defrauda, y este post suyo (en inglés) sobre heurísticos y confiar demasiado en ellos es una joya. La idea central es: un heurístico, un atajo a la hora de tomar decisiones, que funciona bien el 99,9% del tiempo acaba siendo peligroso, no sólo porque nos deja con el culo al aire cuando ocurre el suceso que sólo se da el 0,01% de las veces, sino porque además nos acostumbra a no pensar y no considerar las pruebas y evidencias que puede haber disponibles. Porque normalmente el heurístico funciona. Y cuando tienes gente – sobre todo expertos – que usan este heurístico en vez de investigar, podrías sustituirlos con una piedra que dijera lo que dice el heurístico, y ahorrarte un montón de dinero en expertos. Hasta el día que la piedra se equivoque.

El otro día Mauricio González, del canal de Youtube Neurosapiens, me entrevistó para su programa Insights, donde estuvimos hablando de creencias irracionales y el tema habitual. Fue una conversación muy agradable, una horita muy maja. Y podéis verla en el vídeo a continuación. Si habéis visto otras sobre el tema, poco nuevo encontraremos, pero es inevitable. Dos años ya trillando esto es lo que tiene.
Esta historia es de puta madre: un chaval de 8 años escribe una historia de Navidad, y decide que la quiere compartir con el mundo. Así que se fue a una biblioteca pública y coló su libro, un cuaderno ilustrado con lápices de colores y escrito con su letra de niño y sus faltas de ortografía de niño, y lo colocó en la sección de libros ilustrados para niños.
Un par de días más tarde confesó lo que había hecho, y su mamá y él fueron a la biblioteca a recuperar el cuaderno. Y no estaba. Pidieron al director que no tirase el cuaderno, a lo que él les contestó que a ver si estábamos locos, que era buenísimo. ¿Cómo no iba a serlo? Es una historia de cómo el chaval puso una estrella explosiva en su árbol de Navidad, y la detonación le hizo viajar en el tiempo al primer día de Acción de Gracias y al Polo Norte. Difícil petarlo más fuerte. Así que, con permiso del chaval y de sus padres, lo incorporaron al catálogo de la biblioteca, y le dieron un premio al Joven Novelista.
Y ahora hay lista de espera para leer el libro. 55 personas en el momento de publicar el artículo. Dillon, que así se llama el chaval, ha anunciado una secuela en la que lucha contra el Grinch, y otras obras acerca de un armario que come chaquetas. Yo lo seguiría.
Hay una cita atribuida a la escritora Dorothy Parker que hago mía y mil veces mía, porque refleja muy bien lo que han sido estas últimas semanas para mí, acabando el manuscrito del próximo libro, los guiones de un proyecto de podcast en el que estoy participando, y más cosas todavía que escribo.
«I hate writing but loved having written.»
«Odio escribir, pero me encanta haber escrito.»
Pues eso. Sí, ya, claro, si tienes tanto que escribir y demás mierdas que haces escribiendo aquí en el blog. Pues es lo mismo que cuando le dicen a una persona pobre que no se tome una cerveza.
Encontré hace un tiempo en una web llamada Pastebin (no me preguntéis cómo llegué porque no lo sé) un texto que me impresionó, y guardé en el OneNote y lo dejé ahí. Alguna vez lo he recordado, pero la vida. Ya sabes. El caso es que estas semanas, con todo el tema de acabar el libro, las clases y exámenes, y demás cosas, decidí que tenía que dejar de pasar tanto tiempo en redes sociales porque no tenía ese tiempo. No es que las redes no puedan tener cosas buenas.
Y pasa lo que pasa otras veces, aunque esta vez ha sido diferente, porque, al entrar de nuevo, lo que he sentido es hastío. Y me he acordado de este texto, que os dejo.
No había ninguna revolución que pudiéramos tener en internet. Ninguna. Y la idea de que podía haber habido una es falsa. Una mentira gorda.
Sí, creímos ver que aquí empezaban revoluciones. Vimos a gente unirse para luchar contra gobiernos, enfrentarse a abusones, llamar la atención sobre brutalidades, , demostrar que las corporaciones son estúpidas y avariciosas […]. Vimos a gente luchar por la justicia y luchar contra la corrección política. Vimos librarse enormes batallas. Y pensamos que eran excitantes e importantes.
Pero lentamente nos dimos cuenta de que estábamos equivocados. Nos dimos cuenta de que esas batallas eran sólo un espectáculo, una distracción de lo que realmente pasaba. Porque esas batallas tenían lugar en un campo de batalla que no importa. En un campo de batalla en el que no puedes marcar la diferencia. Porque no poseemos ese campo de batalla, y nunca podremos. Son nuevos campos de batalla que se construyen para tenernos ocupados.
Solíamos pensar que podríamos poseerlo, que estábamos luchando para construir comunidades para nosotros. Que era nuestro, para tomarlo. Reclamar un lugar que pudiéramos controlar y al que pudiéramos pertenecer, una lucha para crear «espacios seguros» para nosotros. Era algo noble en lo que pensar, que luchábamos por nuestros propios espacios, pero nos engañábamos. Nunca poseímos estos espacios, nunca pudimos. Nunca fueron nuestros para poseerlos, nunca nuestros para controlarlos. En vez de ello, contemplamos cómo nuestras batallas se convertían en deportes para espectadores. nuestras revoluciones en luchas internas. Vimos cómo nuestras comunidades se disolvían en guerras civiles. Vimos cómo nuestros activistas políticos y los líderes de nuestras comunidades se convertían en marcas, nuestros visionarios tecno – utópicos inclinándose ante el capital y los accionistas.
Sin saberlo – aunque de algún modo siempre esperándolo – nos permitimos convertirnos en el contenido entre anuncios. Nuestras batallas, nuestras creencias, nuestros amores, – nada más que el relleno hasta la siguiente pausa publicitaria. Libramos batallas que no necesitábamos librar – batallas que desgarraron nuestra solidaridad y nos distrajeron de las causas en las que creíamos – sólo para crear clicks y parpadeos y pegar ojos para las redes de anuncios. No éramos más que okupas en un espacio que pensábamos que poseíamos, pagando el alquiler entregándonos a nosotros mismos en el nombre del capital. Nuestra revolución era un espectáculo secundario.
Hala, alegría.
Las redes sociales son solo eso, redes. Para pescarnos. Viertes sabiduría por cada pelo de tu hipster-barba. Eres un puto crack.
Abrazo
Muchísimas gracias, Carlos 🙂