
Es curioso lo que son las cosas del condicionamiento y el funcionamiento asociativo de nuestro cerebro.
Estaba haciendo cosas por casa, cuando un amigo me ha mandado un enlace a un proyecto en el que está trabajando (tiene tiempo ahora que se ha quitado las redes sociales), que tiene que ver con la música. Mientras lo escuchaba, saltó la BSO de El bueno, el Feo y el Malo, de Morricone.
Y al escuchar las notas, me vino a la mente mi padre. Pero no mi padre en general, sino una avalancha de imágenes, recuerdos y situaciones de hace mucho, porque si hubo una cosa que mi padre y yo pasamos mucho tiempo juntos haciendo, fue ver westerns.
Decir que a mi padre le molaban los westerns es quedarse penosamente cortos. La regla era, si lleva sombrero de vaquero, por el culo que va. Mi padre se habría tragado Alien vs Predator si llega a ver una estrella de sheriff. Normalmente mi padre no tenía problema en ceder la televisión si mi madre o nosotros queríamos ver alguna cosa. Salvo si había westerns. Si había un western, la tele era suya. Y tantos ratos, tantas tardes de finde y vacaciones viendo westerns con él, son un condicionamiento muy poderoso, en múltiples ensayos.
Quizá los westerns le gustaban tanto también por condicionamiento: a fin de cuentas, cuando él era chico eran pelis que se proyectaban frecuentemente en el pueblo, porque no solían tener problemas con la censura franquista. Quizá también le gustaban porque muchos, especialmente los spaghetti western italianos, se rodaban en el desierto cerca de Tabernas. Aunque mi padre no era de allí, su pueblo no estaba tan lejos, y a menudo se acercaban cuando podían a ver desde lejos los rodajes. A pesar de que siempre se sintió granadino de pura cepa, cuando reconocía que una película se había rodado allí, siempre sonreía de medio lado y me decía «Esta la han hecho en el pueblo», tan contento como si la hubieran rodado él y sus colegas.
Escribí sobre ello hace mucho, cuando aún vivía él y yo llevaba poco aquí.
…y recuerdo cosas que me contaba sobre Tabernas, en Almería, cuando se rodaban pelis del oeste allí, italianas y yanquis. Y me acuerdo de todas las tardes de sábado y domingo que pasamos con él viendo westerns y pasándolo como enanos. Toda esa gente con los ojos de acero, la mirada de un millón de millas en contraste contra horizontes infinitos, polvo, sequedad, un sol inmisericorde que parecía suyo pero que en realidad era el nuestro, que yo conocía porque era el que me alumbraba.
Bola extra: una de las películas más favoritas de mi vida, Conan el Bárbaro, la vi porque mi padre me llevó dado que era una película que se rodó en parte en Almería, así que por el culo también. No hay vez que no escuche los acordes iniciales de la BSO que no me dé un escalofrío. La mejor banda sonora de la historia.
Y al recordar a mi padre recuerdo a mi abuelo, que se pateó Almería y vivió con nosotros desde que mis padres se casaron hasta que murió con casi un siglo, otro torrente de imágenes que cogen desde la infancia hasta tiempo después de haberme ido de casa, años y años de mi vida que vienen mientras limpio la caja de arena de los gatos porque un colega me ha mandado una simple canción. A mi abuelo le gustaban mucho los westerns, pero sobre todo las novelas estas de a duro de Marcial Lafuente Estefanía. No se leía ni las etiquetas del jabón, pero esas novelas se las hincaba dobladas.
Estoy bien, no es una mala emoción ni me pongo triste para nada, es grato y me gusta porque por suerte los procesos de aprendizaje me han permitido hacer mis duelos y recordar estas cosas con afecto y sin dolor. Es más, me consuela pensar que, si un día el cerebro me falla, y empiezo a olvidar quién soy o espacios de mi vida, gracias al mero condicionamiento clásico el escuchar estas melodías probablemente me haga sentir bien, en casa, como en esas tardes de verano con un sol deslumbrante, casi doloroso, que obligaba a bajar las persianas para intentar dejar fuera esa luz y ese calor, viendo westerns con mi padre.
Es la cascada hormonal, seguro.
?
Hostiaputa, Ramón. Mi padre también.
Abrazos
Que seas capaz de dibujarme una sonrisa de ternura pensando en mi padre, es un milagro. Gracias Ramón.
Un abrazo enorme.
Madremía, también mi padre era fan de las películas del oeste con vaqueros e indios haciendo de las suyas, le encantaban esos tiroteos y flechas.
Y también era asiduo de las novelas del oeste de D. Marcial Lafuente Estefanía que soy incapaz de deshacerme de ellas, y son un par de cientos, porque me parece que le estoy traicionando.
Ay.