El día 6 de enero, o sea, anteayer mismo, un montón de seguidores de Donald Trump asaltaron el Capitolio para intentar impedir el recuento de los votos que confirmaban la victoria de Joe Biden y el final del mandato de Trump. En uno de los bochornos más grandes para la democracia en la historia reciente, una legión de mamarrachos (capitaneados entre otros por un mongolo vestido como un Conan de chirigota de carnavales que hubiera escapado de una audición para el musical biográfico de los Village People), irrumpieron en el Capitolio, obligando a los representantes allí reunidos a ser evacuados, a los funcionarios del edificio a poner a salvo las papeletas que, probablemente habrían sido destruidas si esta gente las llega a pillar. Por desgracia, la broma no salió gratis, y cuatro personas perdieron la vida en este delirio.

Para otro día podemos dejar el análisis de los detalles de por qué la policía del Capitolio permitió el acceso al edificio, se hizo selfies con los asaltantes, en algunos casos llegaron a indicarles cómo llegar a ciertos despachos y demás, y por qué en las manifestaciones del movimiento BLM el Capitolio estaba muchísimo más blindado que en esta, que se sabía hacía semanas que iba a ocurrir porque estaba siendo incitada por el propio Trump (al que le han chapado todas sus cuentas en redes sociales por trollazo insoportable).
Lo que nos interesa aquí es saber por qué ha acabado pasando esto, cómo es posible que un montón de miles de personas hayan acabado montándose en autobuses y convergiendo en uno de los lugares de más alta seguridad (sobre todo si eres negro o extranjero) del país, para cometer una serie de actos delictivos que sólo pueden acabar con muchos de ellos en la cárcel (el FBI está buscando ya a los participantes, cosa que es asombrosa dado que muchos de ellos ya se han puesto en redes sociales alardeando de que estaban allí haciendo eso mismo). ¿Cómo puede ser que esta gente haya llegado a creer semejantes barbaridades, y hayan acabado concluyendo que ese plan tenía alguna probabilidad de tener éxito?
En los capítulos 4 y 5 de Por qué creemos en mierdas trato de dar respuesta a esto, y os lo resumo aquí. Hay cinco cosas que debemos tener en cuenta cuando hablamos de desinformación y de noticias falsas que se hacen virales:
- Muchos de nosotros estamos muy mal informados sobre hechos políticos y sociales básicos. Y tenemos una marcada tendencia a pensar que todo estaba mejor antes, siempre.
- Estamos mal informados tanto por cómo pensamos (nuestros sesgos y errores lógicos) como por lo que los medios nos cuentan. Los medios no nos dicen qué debemos pensar, pero sí nos dicen sobre qué es importante pensar. Marcan «la agenda» del día.
- Nuestras percepciones equivocadas están sesgadas en una dirección particular, que depende de nuestra ideología individual. Además, las percepciones se ven influidas por nuestras emociones.
- Nuestras creencias falsas pueden a su vez modificar nuestra realidad social.
- Para poder combatir estas creencias falsas, hemos de reconocer la escala y la complejidad del problema, que es la razón por la que me puse a escribir el libro.
Se habla mucho de posverdad, pero no creo que sea un palabro útil. Llamamos posverdad a lo que en el siglo XX se llamaba propaganda, y antes se llamaba mentir a secas. Pensar que antes los políticos mentían menos o que la gente era menos crédula es ridículo. Siempre nos han encantado las conspiraciones. Veamos por qué.
Que me gusta una buena conspiración
Si hemos de definir una teoría de la conspiración, podríamos usar la definición de Goertzel: «Las teorías de la conspiración son explicaciones para sucesos importantes, que implican tramas secretas y grupos malvados» (Goertzel, 1994). De acuerdo con algunas de las últimas revisiones de estudios científicos (Douglas, Sutton, & Chichocka, 2017), la tendencia a creer en conspiraciones puede servir para varios fines. A grandes rasgos, las personas podemos creen en ellas:
- por motivos epistémicos (esto es, para entender mejor el mundo que nos rodea)
- existenciales (para protegernos de riesgos percibidos, no necesariamente reales, y controlar nuestro entorno)
- sociales (para mantener una imagen propia y de nuestro grupo positiva)
En una encuesta de opinión pública de 2013 en Estados Unidos se encontraron
datos como estos (Jensen, 2013): Casi uno de cada tres votantes cree que hay una cábala secreta que conspira para gobernar el mundo (es más probable que lo creas si eres republicano que demócrata). Uno de cada cinco votantes republicanos creía que Obama era el Anticristo. Uno de cada tres, en la existencia de alienígenas. Uno de cada cinco, que un OVNI se estrelló en Roswell en 1947. Y en una encuesta para la compañía Gallup se descubrió que el 61% cree que JFK fue asesinado como parte de una conspiración y que Lee Harvey Oswald no actuaba solo (Swift, 2013). Y ojo, que este último porcentaje es el más bajo de los últimos cincuenta años. Todavía hay que dar gracias.
Por suerte, solo el 4% cree que hay reptilianos cambiaformas que están reemplazando a políticos y gobernantes, y solo el 7% cree que el aterrizaje en la Luna fue falso. Pero el 7% de más de 350 millones de habitantes es un montón.
Como decíamos, las teorías de la conspiración cubren diferentes requerimientos: necesitamos entender nuestro entorno y reducir la incertidumbre y estas teorías ofrecen explicaciones para cosas que no entendemos, con el aliciente de que no son falsables con facilidad, con lo cual son idóneas para nuestro sesgo de confirmación. De hecho, la falta de prueba confirma lo astutos que son los conspiradores… y la gente que trata de convencerte de que no existe conspiración pueden ser, de hecho, agentes de la misma conspiración (Lewandowsky, 2013).
A fin de cuentas, ¿qué es lo que diría alguien que forma parte de una conspiración? Que no hay conspiración. Que inocente y culpable digan lo mismo se pasa por alto, porque lo que buscamos es confirmar nuestra creencia.
Las teorías conspirativas son aparentemente consistentes y permiten conservar tus creencias frente a la evidencia. Hay una relación positiva entre creer en estas teorías y la propensión a ver patrones en el entorno (Whitson, 2008). Es más fuerte si los sucesos son de mayor importancia, porque entonces las explicaciones mundanas parecen insuficientes. Es lógico: nos cuesta creer que algo como el asesinato del presidente del país más poderoso del mundo pueda ser cosa de un tarado que actúa por su cuenta. Se queda corta la explicación. Tendemos a pensar que sucesos grandes tienden a necesitar causas más grandes también, más complejas. Y, si estamos experimentando un fuerte estrés debido a la incertidumbre, somos más propensos a que nos vendan la moto (Jostmann & van Prooijen, 2013).
Además, hay una cierta correlación entre la propensión a creer en conspiraciones y niveles más bajos de razonamiento analítico, educación y la tendencia a percibir intención donde no la hay (Douglas, Sutton, & Chichocka, 2017). Esto no quiere decir que el que cree en estas cosas sea más tonto. De nuevo, hablamos de correlación, no de causa.
Por otro lado, expertos como Tetlock (el que hablaba sobre por qué los expertos se equivocan) argumentan que estas creencias nos hacen sentir seguros. También nos hacen sentir como que sabemos algo que el resto no, lo cual es gratificante y nos permite detectar a la gente que es peligrosa porque está con ellos. Curiosamente, un efecto secundario de las creencias en absurdeces es que estas personas son menos propensas a actuar votando o formando parte de partidos políticos o movimientos sociales: dado que los sucesos importantes están en manos de fuerzas oscuras, no sirve de nada actuar y, por ello, disminuye la motivación para la acción política (Douglas, Sutton, & Chichocka, 2017).
Estas teorías son más probables, también, en grupos que se perciben como desfavorecidos, porque permiten evitar la responsabilidad por la situación y culpar a un factor externo de que las cosas vayan mal. Si el grupo ha sufrido abusos en el pasado, es aún más probable que crean en conspiraciones.
Si nos fijamos un poco, en realidad todo está relacionado, cómo no, con los dos motivos principales descritos a lo largo del libro: nuestra habilidad para ver y buscar patrones, por un lado, y la necesidad de resolver las disonancias cognitivas, por el otro.
Muchas veces el mundo es un lugar extraño, incomprensible, donde pasan cosas que no podemos entender y en las que no podemos influir. Las teorías de la conspiración nos dan una sensación de control, de entender el mundo, y nos pueden servir para aliviar la ansiedad debida a la incertidumbre. Asimismo, las conspiraciones te hacen sentir parte de la gente lista, de la gente que sabe, pensar en ti mismo como en alguien que de verdad tiene los ojos abiertos a la realidad y no como el resto de las masas aborregadas que no ven más allá de la superficie. Y te sientes así, aunque en realidad seas un matao, más tonto que echarle de comer alpiste a los aviones. Porque reduces la disonancia entre cómo debería ser el mundo y cómo es.
Como necesitamos entender y controlar el entorno, nos parece también que los hechos grandes deben tener explicaciones igual de grandes. Además, en lo que se refiere a uno mismo, es mucho más fácil asumir que tu vida no es lo que tú querrías porque hay poderes ocultos que conspiran para que así sea, que aceptar que las cosas son así por un montón de factores complejos entrelazados, muchos de los cuales ni controlas ni comprendes. Las conspiranoias te hacen sentir seguro. Y esa es la necesidad que cubren.
Ahora fijémonos en el cómo ha llegado Trump al poder. Lo hizo apelando a un eslogan como es Make America Great Again (implicando que EEUU estaba en decadencia), hablando constantemente sobre el aumento de la delincuencia (falso), y de la amenaza de la inmigración (falsa), dirigiéndose sobre todo a aquellos que se han visto más afectados por el aumento de la desigualdad, la deslocalización de empresas, y mucho más. Apunta a una causa sencilla, con la ventaja de que se presenta como alguien ajeno al sistema, que no es parte de ELLOS (lo cual es evidentemente ridículo, siendo un millonario y parte de la casta gobernante). Usa explicaciones simplonas y promesas de un futuro mejor muy sencillo, como que se volverá a traer las empresas que se han llevado la producción a China y otras cosas que son imposibles. Pero como en general estamos muy mal informados sobre el funcionamiento de la política y la economía, muchos no se dan cuenta de que eso es imposible, o que no puedes irrumpir en el Capitolio para interrumpir un procedimiento democrático y que eso sea aceptado. No se puede. Pero para entonces es muy probable que tú ya hayas, como explicaba Festinger, invertido muchísimo en esa creencia. Que hayas hecho muestras muy públicas de compromiso con ella, que hayas perdido amistades, puede que en algunas ocasiones trabajos o relaciones. Así que estás muy motivado para mantener esa creencia como modo de reducir la disonancia, lo cual te va a llevar a acciones cada vez más extremas para mantener la creencia. Porque es lo que debes hacer. Vamos a ver un estudio de caso que ya presagiaba lo que iba a pasar en el Capitolio.
Ponme una de pepperoni y un niño para violar
En realidad, los sucesos del Capitolio son el dramático final (espero) a algo que ya se llevaba cociendo, que es la radicalización de muchas personas en foros de Internet, redes sociales y medios de comunicación que sólo venden bulos. Y hace unos pocos años, ya tuvimos una historia que anticipaba que esto acabaría pasando. Una compleja historia de frikismo, desinformación, bulos de Internet y merma de extrema derecha, protagonizada por alguien a quien la gorra roja de seguidor de Donald Trump le iba,
como mínimo, dos tallas pequeña.
Os presento al Pizzagate.
En marzo del año 2016, la cuenta personal de correo electrónico de John Podesta, el jefe de campaña de Hillary Clinton, fue hackeada y miles de emails de la candidata se filtraron. WikiLeaks los publicó en noviembre de ese mismo año. Sin embargo, esta triste historia comienza un poco antes, en octubre de 2016, cuando una cuenta de Twitter de alguien que pretende ser un abogado de Nueva York llamado David Goldberg, que hasta entonces se había dedicado a publicar materiales de supremacismo blanco, anuncia que, entre los emails obtenidos de Hillary Clinton, se encuentran algunos que implican a la candidata presidencial en una organización de pedófilos (Internet Archive, 2016). Según parece, Bill y Hillary Clinton eran clientes de un avión llamado el Lolita Express porque a Hillary le gustaban las chiquillas jovencitas. Los defensores de esta teoría decían que los emails contenían frases cifradas en códigos de pedófilos y traficantes de personas. Asimismo, se difundió que una pizzería de Washington llamada Comet Ping Pong era un punto de encuentro para los adoradores de Satán de la zona, porque ser satanista no es incompatible con la comida italiana (Hayes, 2016). La razón para difundir esta información es que se habían encontrado algunos correos ente John Podesta y James Alefantis, el dueño del establecimiento.
La historia saltó a varios sitios especialistas en difundir noticias falsas y de ahí a páginas web pro-Trump, que llegaron incluso a decir que la policía de Nueva York había llevado a cabo una redada en una casa de Hillary Clinton, este extremo
supuestamente ya confirmado por el FBI (Silverman, 2016).
Evidentemente, nada era verdad.
Pero ya hemos visto que, una vez estas cosas empiezan a correr, el río es imparable. Aunque muchos sitios, como Reddit, eliminaron el bulo o se retractaron, otros muchos la mantuvieron. De acuerdo con el análisis del profesor Jonathan Albright, un número desproporcionado de tweets difundiendo y apoyando estas mentiras eran bots provenientes de Chipre, la República Checa y Vietnam (Fisher, Cox, & Hermann, 2016)
A los pobres de la pizzería les empezaron a llover insultos, amenazas y todo tipo de acoso virtual, a pesar de que se trataba de un comercio de barrio, que llevaba diez años abierto tan tranquilamente, sin dar el menor ruido. La cuenta de Instagram del dueño fue localizada y las fotos que podían mostrar niños en el establecimiento fueron tomadas como prueba de que la conspiración era cierta. El acoso llegó incluso a grupos de música que, simplemente, habían actuado allí. Otras pizzerías de la zona comenzaron a recibir amenazas del mismo tipo. En algunos medios se dijo que aquello era parte de una trama más amplia, el «Pedogate», una cábala satánica de las élites del
Nuevo Orden Mundial, que dirigían tramas de tráfico de niños para pederastas.
Os juro que escribir esta mierda cuesta.
Un concepto que me fascina es el de terrorismo estocástico, introducido por primera vez por Gordon Woo (Woo, 2002). Esta idea se basa en que, en vez de tener una organización terrorista al uso, con unos miembros y una infraestructura que pueden ser detectados y neutralizados por las autoridades, puedes conseguir efectos similares lanzando una serie de informaciones que causen miedo, malestar y desasosiego hasta que alguien, por su cuenta y riesgo y, por supuesto, sin pertenecer a ninguna organización, decide realizar alguna acción o ataque. Es perfecto, porque las autoridades no pueden detectar ni detener fácilmente a un agente solitario que actúa sin coordinarse con otro. La idea central es que, si bombardeas suficientemente a la población con una serie de informaciones falsas y conspiratorias, alguien acabará haciendo algo que sirva a tus fines. Y esto es lo que acabó pasando con el Pizzagate.
El 4 de diciembre de 2016, Edgar Welch llegó a la pizzería Comet Ping Pong desde Salisbury, Carolina del Norte, con un AR-15 que disparó tres veces dentro del local, por suerte sin darle a nadie. Al ser detenido, Welch le dijo a la policía que había leído los rumores de que en aquel lugar había niños secuestrados para ser violados y que había decidido investigarlo. Pensó que iba a salvar a un montón de pequeños en peligro. Por suerte, una vez que registró el local y vio que no había menores prisioneros, se entregó pacíficamente y nadie resultó herido, lo cual es sorprendente con la concentración de gente armada y nerviosa en un mismo sitio que había allí ese día.

Más adelante, en una entrevista con el New York Times, Welch manifestó que lamentaba cómo había manejado la situación, pero no había descartado su teoría y se negaba a reconocer que aquellas noticias eran falsas (Goldman, 2016). Vamos a repasarlo: un gilipollas aleatorio lee en medios de extrema derecha que Hillary Clinton dirige una red de pedofilia desde una pizzería de Washington, se monta en el coche con su fusil de asalto, va al establecimiento, pega tres tiros al aire, registra el local, ve que no hay niños por ninguna parte y aun así sigue creyendo que lo que le llevó a hacer la mamarrachada más grande de su vida es cierto.
Festinger llega a leer esto y lo tienen que ingresar.
Más aún: el 12 de enero de 2017, un mes después, un tipo fue declarado culpable de hacer llamadas amenazantes a Besta Pizza, una pizzería vecina de Comet Ping Pong, tres días después del ridículo ataque. Yusif Lee Jones, que es como se llamaba el héroe americano, aseguró que había hecho las llamadas para «salvar a los niños» y «acabar lo que el otro tipo no pudo acabar» (Associated Press, 2017). El 25 de enero alguien trató de prender fuego a Comet Ping Pong, pero por suerte la cosa no llegó a más. Y aún siguen creyendo que esto pasó.

En resumen
Ya se hace la hora de irnos, pero como podéis ver, es posible armar una explicación de por qué pasó lo que pasó. De hecho, lo raro sería que no hubiera ocurrido nada. Los mimbres se llevaban armando desde antes de 2016. Os dejo de regalo un artículo de Wired sobre el peligro de los grupos de Facebook y similares.
Lo que ocurrió fue, simplemente, un Pizzagate multiplicado por miles y miles, bajo la incitación de una figura de autoridad (Trump) que logró que miles llegaran a pensar que el cambio de presidente era simplemente la prueba de que debía haber una conspiración porque ¿cómo explicar si no que Trump hubiera perdido las elecciones, cuando ellos y todos los que ellos conocían habían votado a Trump?
Añade a esto un influjo constante de desinformación repetida múltiples veces, conformidad grupal y polarización creciente y es perfectamente comprensible cómo esto puede ocurrir. Es un excelente ejemplo de esta violencia estocástica de la que hablamos antes. Lanzas un mensaje provocador y ambiguo, y entre millones de oyentes es perfectamente probable que unos cuantos (o unos muchos) cojan el testigo, mientras que tú puedes negar haber dado órdenes directas. Que, por cierto, es justo lo que Trump está haciendo ahora. Yo estoy convencido de que Woo tiene razón, y esto no deja de ser una forma de terrorismo estocástico. Lo jodido es ver que viene del presidente de un gobierno.
Hasta pronto, gente. Tened mucho cuidado ahí fuera.
Brutal el artículo, llevo viciado a tu actividad desde estas navidades y me encanta ver que la psicología abarca muchísimo mas que lo que doy en la carrera