Hoy voy de cráneo y no sé si me dará tiempo a una entrada más elaborada, pero no quería pasar el día sin escribir algo, ni sin recomendaros la lectura de este maravilloso artículo de Marta Iglesias Julios sobre las diferencias biológicas en conducta entre géneros (1). Anteriormente esta autora había escrito este otro artículo sobre el mismo tema que es, sencillamente, fenomenal (2). Especialmente para tener acceso a una amplia bibliografía científica sobre el tema.
Del mismo modo que podemos equivocarnos al asumir causa biológica en algunas cosas, e ignorar el contexto, como hablábamos en el caso de la depresión y otros trastornos mentales (3), podemos equivocarnos por el otro extremo, esto es: suponer que todas nuestras conductas son producto del contexto (la socialización, cultura y entorno) y que no hay un componente biológico en ellas.
Por más que tendemos a pensar que los seres humanos somos diferentes y excepcionales respecto del resto de los animales, la realidad es que cumplimos las mismas normas que el resto. Cierto, mostramos capacidades que pueden ser únicas, pero por ejemplo, las leyes del aprendizaje y los principios de modificación de conducta estudiados en aprendizaje animal funcionan igual de bien en humanos. Muchas de nuestras conductas tienen una base biológica, y aunque el entorno puede modificar en alguna medida su expresión, la hipótesis de la tabla rasa (que venimos al mundo sin ninguna predisposición y adquirimos todo del aprendizaje en el entorno) no se sostiene. En todas las especies animales los diferentes géneros tienen no sólo diferencias fisiológicas, sino conductuales. Esto incluye, por cierto, la homosexualidad, que se manifiesta en muchísimas otras especies y que está muy lejos de ser una conducta «antinatural» o aberrante.
Me parece importante esta cita de la autora (las partes en negrita han sido acentuadas por mí):
Esa cuestión está detrás, al menos parcialmente, de muchas diferencias entre los sexos, presentes en nuestro día. Estas van desde los juguetes que tendemos a preferir de pequeños hasta los productos que consumimos de mayores. Las observamos también en el modo en que se ejerce el bullying y en la gravedad de sus consecuencias, en la probabilidad de provocar un accidente de tráfico o en la importancia que le damos a los puestos «altos» en el trabajo.
Hay quien cree que algunas de esas diferencias dificultan lograr lo que las personas feministas buscamos: la completa igualdad de derechos y oportunidades. A otras nos parecen simplemente anecdóticas. En cualquier caso, es importante tener claros todos los factores situados detrás de las diferencias si consideramos necesario corregirlas.
Según algunas corrientes del feminismo, lo que he expuesto no vale para la especie humana pues únicamente la cultura genera las diferencias entre los sexos. Afirmar la existencia de diferencias genéticas y fisiológicas que afectan al comportamiento se considera «determinista» o «biologicista», y esto sería nocivo pues, al parecer, justificaría las desigualdades, la inequidad o la violencia de género.
Las reacciones contra las explicaciones biológicas del comportamiento se producen porque se temen las consecuencias de vincular estas diferencias a dos conceptos claramente erróneos: que lo natural es bueno o correcto, y que lo que tiene una base biológica es imposible de modificar. El carácter incorrecto de lo primero —la denominada falacia naturalista— es obvio si pensamos en todas las cosas «naturales» que no son «buenas» (como las infecciones o los terremotos) o «correctas» (como la caza indiscriminada). Con respecto a si algo de base biológica es inalterable, podemos pensar en los comportamientos instintivos que «enseñamos» a controlar a nuestros animales domésticos (y también a las personas).
Pensamos que las niñas prefieren un tipo de juegos y los niños otros por influencia de su entorno, pero la observación no confirma eso, si no lo contrario. Pensamos que las mujeres prefieren unas profesiones a otras por el sexismo, pero si eliminamos las barreras de entrada esa hipótesis no se cumple. Y si no entendemos por qué sucede, no podemos determinar la mejor manera de conseguir una plena igualdad de derechos y libertades.
Por supuesto, podemos seguir pensando que la cultura pesa más que la biología, pero tenemos funestos ejemplos de lo contrario:
El caso más paradigmático y dramático de pensar que uno tiene razón sin haberse molestado en comprobarlo lo podemos encontrar en los libros: las consecuencias del completo convencimiento de un equipo médico de que las diferencias entre el cerebro de hombre y de mujer eran básicamente sociales. Bajo este prisma convencieron a unos padres de que educaran diciendo que era una niña a un bebé niño que había perdido el pene en una operación (Diamond, Sigmundson 1997). Pese a los esfuerzos de los progenitores (y las inyecciones de hormonas), al final no hubo más remedio que admitir el fracaso (con consecuencias muy funestas para todos los involucrados).
Del mismo modo, sabemos que las terapias que «curan» la homosexualidad son una estafa, y sólo sirven para causar sufrimiento a quienes las padecen. Sin embargo a menudo encuentro a personas que defienden la causa feminista y que rechazan este tipo de pseudoterapias, ¡asumiendo implícitamente las ideas de las mismas! Esto es, creyendo que el género o la orientación sexual son elecciones, fruto de un entorno social, como si uno decidiera ser homosexual o heterosexual, y por ello se le pudiera enseñar a elegir otra cosa.
Si la base no es fomentar el conocimiento sino creer que solo la socialización genera el sexismo, me temo que el techo de cristal se mantendrá sobre nosotras, el número de feminicidios seguirá inalterable y nuestros esfuerzos por corregir tales situaciones serán una fuente de decepción constante. Hay que lograr una síntesis entre el conocimiento científico de las causas de nuestro comportamiento y los objetivos políticos del feminismo. En nosotros está tener la mente abierta para entendernos y así crear las condiciones necesarias para una equidad real.
Aceptar que los diferentes géneros de nuestra especie tienen diferencias en su conducta no excusa ni justifica discriminación alguna. Temer este conocimiento viene, entre otras cosas, de no entender que estas diferencias son estadísticas, esto es, no deterministas: el hecho de que la mayoría de varones puedan preferir A, por ejemplo, no excluye que haya una parte de varones que prefieran B, y tan varonil es A como B, en lo que difieren es en la frecuencia. Así pues, si los niños tienden a preferir jugar con camiones, por usar un ejemplo trillado, el hecho de que haya niños que prefieren jugar con muñecas no contradice lo primero, ni justifica que se impida a estos niños jugar con muñecas o lo que prefieran. Lo mismo para las niñas, claro.
Y ya de adultos, encontramos diferencias palmarias en, por ejemplo, especialidades dentro de una misma profesión: en ciertas especialidades de la medicina los hombres siguen siendo la mayoría dominante, mientras que en otras las mujeres los superan en número, y estas preferencias siguen un patrón consistente. Y de nuevo, esto no sirve de excusa para negar el acceso de hombres y mujeres a la especialidad que elijan: es, simplemente, un hecho estadístico. Que haya más hombres que mujeres que prefieran estudiar ciertas especialidades de ingeniería no significa que no se deba permitir a una mujer estudiar dicha especialidad y ejercer esa profesión, porque tan femenino es preferir una cosa como la otra. Lo que varía es la distribución de la cualidad, no la cualidad en sí. No hay conductas sólo masculinas o sólo femeninas, hay conductas más frecuentes (se podría decir típicas), pero todas las conductas humanas son propias de los géneros.
Las diferencias en habilidades cognitivas entre géneros, debidas a diferencias anatómicas y funcionales, están bien establecidas, si bien son de menor magnitud que las diferencias en capacidades físicas (3). Estas diferencias son detectables en bebés de 2 y 3 meses. Y de nuevo, constatar que, en general, hombres y mujeres rinden mejor en tareas diferentes no implica que una mujer no pueda dedicarse a lo que le de la gana, y viceversa. Es lo mismo que decir que, de media, los holandeses son más altos que los italianos. Esto no impide a los italianos jugar al baloncesto, y no impide que haya italianos más altos que el holandés medio. De hecho, los italianos creo que tienen una mejor selección de baloncesto. Lo mismo sucede entre hombres y mujeres.
No hay contradicción alguna entre reconocer la existencia de diferencias fisiológicas y conductuales entre hombres y mujeres, y defender la igualdad de derechos. Es más, yo sostengo que entender mejor estas diferencias y sus orígenes nos ayudará a conseguir la igualdad mucho mejor que medidas basadas en ideas erróneas acerca de por qué pasan las cosas.
Supongo que James Damore estaría de acuerdo. Pero del caso más sonado respecto a «igualdad y biología» de los últimos tiempos, ni una palabra. Ni aquí ni en el artículo de Marta Iglesias. En ese «maravilloso artículo» habla, además, de «aumentar nuestro autoconocimiento». ¿Algo que decir respecto a esto: https://culturacientifica.com/2017/11/02/conocete-ti-no-solo-consejo-estupido-realmente-peligroso/ ?
No tengo idea de lo que piensa James Damore, pero los errores científicos de su manifiesto son, en todo caso, numerosos. ¿Ese es el caso al que te refieres?
Por otro lado, la frase de aumentar nuestro autoconocimiento no se refiere al uso de la introspección que, en efecto, es peligroso, sino al aumentar el conocimiento científico sobre nuestra conducta, sus bases biológicas y sus modificadores contextuales. Son cosas diferentes.
De todos modos, viendo tu blog, imagino que vienes ya con la posición bien formada.
Me es muy interesante todo este tema. Veo que hay mucho debate entre la posición que sostiene el texto y otras que entienden que la biología es mucho más permeable a los cambios inducidos por el ambiente (por ende la cultura) de lo que se ha venido pensando.
Comparto por aquí una crítica al escrito de Marta Iglesias Julios que me ha hecho repensar sobre el tema:
https://cienciamundana.wordpress.com/2017/10/23/biologicismo-e-igualdad-de-genero/