Llevamos unas cuantas entradas aquí a tope, con el tema de cómo nos saboteamos la vida. He desperdiciado un montón de ancho de banda en explicar que:
- No cambiamos hasta que no tenemos un por qué de verdad para ello, aunque sepamos cómo hacerlo.
- A menudo nos ponemos a obsesionarmos con la dimensión global de lo que queremos conseguir, en vez de centrarnos sólamente en el siguiente paso a dar, y convertirlo en un hábito.
- En nuestras relaciones, fracasamos porque mentimos sobre lo que queremos de verdad para parecer menos egoístas, y no pedimos ayuda cuando la necesitamos.
- Encima, nos creemos que podemos cambiar y añadir nuevas conductas sin tener en cuenta el coste porque cada aspecto de nuestra identidad consume tiempo, y es un juego de suma cero. Para ser mejor en A, tengo que dejar de dedicar tiempo a B, y si no lo tengo claro, lo voy a echar mucho de menos.
- Nos mentimos a nosotros mismos acerca de lo que queremos, confundiendo las verdaderas intenciones que tenemos con cosas que nos molaría que pasaran pero que pensamos que no somos responsables de lograr.
- Como nos mentimos mucho, lo que hacemos y lo que pensamos que es importante hacer son conjuntos disjuntos. O lo que es lo mismo, las cosas que nos decimos que son importantes no suelen recibir tiempo ni atención, pero nos mentimos tan bien que ni nos damos cuenta.
Nos cuesta un mundo cambiar, hacer lo que necesitamos para ser felices y mejorar nuestras vidas, Nos cuesta mucho no joder nuestras relaciones con los demás. Y en parte, es porque creemos que la felicidad es para retrasados.
Imagina a una persona perfectamente feliz. Hay una elevada probabilidad de que se parezca a este tío.

En realidad tú no crees que sea feliz, sino que es demasiado tonto, o que le falta lucidez o capacidad de darse cuenta de las cosas, porque claro, la ignorancia es una bendición y mucha gente piensa que la gente más tonta es más feliz «porque tienen menos preocupaciones».
John Wayne estaba tan lejos de ser un psicólogo como dos cosas pueden estarlo en esta vida, pero tiene una cita que resume muy bien la veracidad de esa idea.
La vida es dura. Es más dura si eres estúpido.
Esa es la realidad: si eres más listo, tienes más capacidad para adquirir herramientas que te permitan afrontar las situaciones de la vida con éxito, y por ello ser más feliz. Pero no, nosotros nos pensamos que los genios son gente que bebe hasta matarse porque claro, con toda esa lucidez el dolor del mundo es demasiado para ignorarlo. Sobre todo si son conscientes de sus propios fallos. ¿Pero eso no debería ser una buena cosa? ¿Acaso una persona más consciente de sus fallos no está en mejor posición para corregirlos?
Y aquí es donde entra la paradoja de la autoabsorción (mala traducción mía, qué le vamos a hacer): resulta que mayores niveles de autoconocimiento pueden desembocar a la vez en mayor sufrimiento psíquico, y en mayor bienestar psíquico. ¿Cómo es eso? Porque el autoconocimiento puede venir en dos formatos: auto-reflexión (analizar mis pensamientos y acciones para ver cómo mejorar) y auto-rumiación (enfocarme incesantemente en todas las cosas que dan asco de mí). Lo primero te hace más feliz y popular, lo segundo te hace miserable, hasta el extremo de odiar a la gente feliz porque no está revolcándose en el barro contigo. ¿Cómo hacer una cosa y la otra no? La mayoría de gente no sabe sin ayuda de drogas. ¡Bravo!
Esto remarca la idea de que el optimismo es casi una idea delirante. Viene, en realidad, de una profunda incomprensión de lo que debería significar el optimismo, por contraposición a lo que la puta industria de la autoayuda y el pensamiento positivo han logrado que sea.
Optimismo no es pensar que todo va a salir bien porque sí, o que no deberías preocuparte de nada porque todo se arreglará de un modo u otro. Eso es, de hecho, destructivo y negativo para ti, acabará contigo y esa es la razón por la que los coaches cuñados del pensamiento positivo a todo trapo deberían arder en el infierno, son tóxicos. La definición psicológicamente útil de optimismo es la que usaban, como no, los filósofos estoicos: optimismo es aceptar que la realidad puede ser horrible y que puedes sobreponerte a ella si persistes. Esta es la llamada paradoja de Stockdale, y fue observada por un miembro del ejército estadounidense llamado así, durante el tiempo que pasó como prisionero del Vietcong, tras ser derribado en 1965, y pasar 7 años y medio siendo torturado y resistiendo de todos los modos posibles (incluyendo la autolesión) el ser usado como arma de propaganda por su enemigo. James Stockdale decidió que él tenía que salir de ahí, que él saldría de ahí, y su método para manejar la situación fue el siguiente: primero, aceptar que su situación era inimaginablemente espantosa, y segundo, no dejar de repetirse que él podía sobrevivir a ello. Desarrolló un sistema de comunicación en código para que los prisioneros, en principio aislados, pudieran comunicarse y consolarse entre sesiones de tortura. Escribió largas cartas a casa llenas de información en código sin tener ni idea (ni preocuparse) de si iban a llegar o no. Dicho claramente: Stockdale convirtió su auto-reflexión en acción, en vez de en rumiación. Y dedicarnos a la acción nos mantiene cuerdos porque nos da sensación de control. Por eso, las terapias psicológicas que funcionan ponen mucho énfasis en que el paciente haga cosas, porque eso le da sensación de control y es terapéutico en sí.

Y aquí viene la paradoja de Stockdale: el hombre seguía haciendo lo que hacía sin tener ninguna certeza de que fuera a servir para algo. Pero lo que le hizo sobrevivir fue el esfuerzo. ¿Quiénes fueron los que no sobrevivieron? En palabras de Stockdale:
Oh, esa es fácil, los optimistas. Oh, esos eran los que decían, ‘Estaremos en casa para Navidad.’ Y llegaba y pasaba la Navidad. Entonces decían, ‘Estaremos fuera en Pascua.’ Y la Pascua llegaba y se iba. Y entonces Acción de Gracias, y entonces Navidad otra vez. Y morían de pena.
Y esta es otra de las maneras de jodernos la vida, que en realidad no es nueva. Sea por un exceso de optimismo (todo va a salir bien, no he de hacer nada) o por un exceso de pesimismo (no voy a tener éxito, para qué intentarlo) no hacemos nada. Y no cambiamos. Cuando es la acción, el hacer cosas lo que a menudo nos salva. Valoramos demasiado el pensar en las cosas como si es que eso equivaliese a actuar. Y nuestro cerebro se convence de que somos impotentes o que no tenemos que hacer nada.
Molonérrimo el post. Voy siguiendo la serie y te superas siempre (incluso si recorro los artículos al revés, ahí es nada). Gracias por estas píldoras de cordura, se agradecen mucho.
Merci 🙂
Pues mira, la anterior no me gustó porque, siendo justo, ya había hecho una lista así, me había dado de bruces contra la realidad y supe cambiar un tanto, lo que me está resultando útil para mis simples ambiciones. Pero amo esta entrada. El mantra de que ser imbécil es ser feliz data, como mínimo, de los tiempos de Flaubert, que ya comentaba que para ser feliz era imprescindible ser estúpido.
http://www.proverbia.net/citasautor.asp?autor=364 <- La cuarta cita, leedla si queréis soltar espumarajos por la boca.
De ahí esa horrible idea, alimentada por programas como House o el hostiable Sherlock de la BBC, de que ser un genio significa ser un hideputa continuo, con una mezcla de desprecio a las normas sociales y misantropía que dan ganas de vomitar. Y esta idea lleva, precisamente por su popularidad, a otra conclusión abominable: el genio lo es porque sí, no le hace falta trabajar o estudiar demasiado (ojo a este detalle) para lograr resultados espectaculares, lo que lleva a mucha gente a tener expectativas irreales acerca de lo que es dominar una habilidad.
El caso de Stockdale es de película, poca duda me cabe.