Reconozco que, probablemente, a estas alturas de la serie, esté empezando a tocaros la moral. Me la estoy tocando yo mismo, de hecho.
¿Por qué? Porque en realidad todos estos artículos suenan a autoayuda. A esta mierda del pensamiento positivo de «si tú quieres, puedes, campeón, y si piensas en positivo obtendrás un unicornio que cague arcoiris». Y eso es estúpido, y nos hace sentir aún peor (que es el efecto habitual de los libros de autoayuda), porque no sólo nos jodemos la vida, sino que además es nuestra culpa exclusivamente.
Y es verdad y no es verdad. Quiero decir, yo podría espetarte «¿Qué haces ahí tumbado perdiendo el tiempo en Facebook en vez de convertirte en el ser supremo que estás destinado a ser? ¡MUEVE EL CULO!» ¿Y sabes qué? Que tú sabes perfectamente por qué estás tumbado perdiendo el tiempo en Facebook, es porque has tenido un día cansado, de mierda, y así te sientes algo mejor, así que yo puedo irme a la mierda con mi retórica de orador motivacional o de sargento instructor, lo que prefieras. A la mierda.

Y aquí entra otra de las trampas del cerebro, que Jonathan Haidt esbozó magistralmente en The Happiness Hypothesis: al final de todo, tiramos más a la gratificación inmediata que a la diferida, y sobre todo, seguimos pensando que existen las cosas gratis. Incluso las que son gratis y no cuestan dinero.
Vamos a seguir con el coñazo de ejemplo de siempre, el de ponerse en forma. Has decidido que, en efecto, no tienes que gastar dinero para ponerte en forma. Puedes salir a correr, o puedes hacer ejercicio en tu casa, en el suelo, en bolas (flexiones, sentadillas, dominadas en la puerta, esas cosas). Te pondrás en forma, te sentirás mejor, te quitarás las lorzas y no te costará un duro. Sí, te cansarás y sudarás y te darán agujetas. Pero es gratis, así que ¿por qué no hacerlo?
Eres gilipollas.
Lo que no has computado es lo que vas a perder por salir a correr, o por dedicar el tiempo a hacer ejercicio. Y como no lo has tenido en cuenta, cuando llegue el momento de pagarlo, no querrás. Y entonces lo dejarás. Y te joderás la vida.
Lo que vas a perder es cualquier cosa que estés haciendo ahora mismo, en vez de salir a correr, y aunque no quieras admitirlo todo aquello que haces, lo haces por una razón, tiene un valor para ti. Estar tirado en el sofá jugando a la consola es valioso para ti. Sí, igual yo no soy capaz de entender qué necesidad cubrías pasando 2 horas mirando una grieta en el suelo y tirándote del labio, igual era alivio del estrés, yo qué sé. Lo que cuenta es que si lo hacías, es porque no querías hacer otra cosa. Porque todo lo que haces lo haces porque en ese momento es exactamente lo que quieres hacer. Y si haces otra cosa, eso que pierdes.
Así que dices: «¡Me levantaré pronto para hacer ejercicio!» De acuerdo, eso quiere decir 2 horas menos de sueño, o irte a dormir 2 horas antes. ¿Qué hacías en esas dos horas? Lo que sea que hicieras, lo vas a echar de menos.
Es obvio, pero nadie lo piensa ni lo formula así. Todos dicen «¡Voy a aprender japonés!», nadie dice «¡Voy a aprender japonés y pasaré menos tiempo con mi familia!»
Ahora vete y habla con una de esas personas que consiguen logros notables, y pregúntales por un día típico, o una semana típica, y fíjate en lo que no tienen. No tienen relaciones, o amigos con los que salir, o no están en Facebook, o no siguen 30 series a la vez, o no hacen algo que tú haces y que valoras. Su día tiene 24 horas como el tuyo, y por eso, añadir algo equivale a sacrificar otra cosa. Y si eres consciente y aceptas esto, lo puedes conseguir, pero si no puedes o no te das cuenta, la necesidad de gratificación instantánea te cogerá cada vez.
Por eso, los sargentos de Marines que te gritan sobre el tiempo que desperdicias no consiguen nada. Porque no estás desperdiciando tiempo, realmente, estás usándolo en otras cosas, cosas que te importan y a las que tendrías que renunciar. No vas a encontrar horas extra debajo del sofá o en un armario. Tienes que hacer cálculos fríos, muy fríos, y a veces muy chungos, como:
«Haré un doctorado, en vez de jugar a rol con mis amigos».
«Haré una dieta, y dejaré de ir a cenar kebabs con mis amigos».
«Sacaré un MBA e ignoraré a mi familia para poder trabajar y estudiar al mismo tiempo».
Si no tienes en cuenta los sacrificios que has de hacer para cambiar, es como hacer un presupuesto suponiendo que tienes el doble de dinero que tienes en realidad. Si quieres ser una persona diferente, tienes que elegir qué partes de ti han de morir. Es un juego de suma cero: para añadir algo, has de quitar algo.
Mmmm… ¿Elegir es renunciar?
Eso es.
Una de las mejores cosas que aprendí en los temas de economía en Forestales fue el concepto de «coste de oportunidad». Elegir es hacer algo en lugar de algo y a cambio de algo. Y eso está bien 🙂
Por eso yo siempre digo aquello de «cuando las niñas sean un poquito más mayores y necesiten menos mi atención me pondré en forma»… :p Ahora tendría que renunciar a demasiado ocio vacío… XD
Cuidado con el lenguaje sexista. hay varias entradas que te leo con el «coñazo» para arriba y «coñazo» para abajo. Estoy sorprendida cuanto menos.
También digo mucho que que algo es una pollada cuando es absurdo, que algo son pollas en vinagre cuando no tiene sustancia, tirar a fuerza de tetas como ir a base de valor y persistencia, y cosas así.
He leído varios post y aún no he leído ninguna «pollada» y si varios «coñazos» y «coños». Habrá sido casualidad. De todas formas, lo ideal sería hacer uso del lenguaje no sexista. Al final, no nos cuesta nada cambiar ciertas expresiones! Agur!
Mira, te doy la razón en esto. ¡Gracias!