Se acerca la Nochebuena, así que toca hablar de joderse la vida. Antes hemos hablado de cómo nos jodemos la vida a nosotros mismos. Ahora hablemos de cómo nos la jodemos en nuestro trato con los demás.

Hoy vamos a hablar de efectos irónicos, que son la pura definición de joderse la vida. Un efecto irónico, en psicología, es aquel que se produce cuando lo que hacemos tiene un efecto contrario al que deseamos. ¿No os ha pasado nunca que, cuanto más queréis dormir, más fácil es estar despiertos? ¿O que cuanto más pensáis que no debéis olvidar algo, más probable es que se os olvide? Eso son efectos irónicos, y tus relaciones con los demás están llenos de ellos. Y te jodes la vida y te jodes las relaciones.
Para empezar, hablemos de la paradoja de Abilene. Este es un interesante efecto que demuestra cómo, al tratar de parecer menos egoístas, acabamos jodiendo la vida a todo el mundo. Porque esta es una de nuestras mayores cagadas: mentimos a los demás todo el tiempo acerca de lo que queremos de verdad, para parecer menos egoístas. Y al final, a menudo, nadie consigue lo que quiere.
¿Cuál es la definición de cabrón? En muchos casos, acabaría siendo algo como «aquel que siempre pone por delante sus intereses frente a los del resto». Es una definición funcional. Y claro, ser lo contrario de un cabrón es fácil: sólo tienes que poner siempre las necesidades del resto por delante de las tuyas. ¿Verdad?
Pero esas personas (si existieran) serían una pesadilla para los demás. Y si tienes más de una en un grupo, nada funciona.
La paradoja de Abilene, entonces. Funciona como sigue: has tenido una semana de mierda, y has quedado con tus amigos el viernes por la noche. Resulta que nadie ha cenado aún y tú tampoco, así que antes de ahogar tu pena en alcohol (porque claro, todos estáis sin hijos), parece que se impone ir a pillar comida. Todo genial.
Entonces preguntas a la gente qué quiere. Porque claro, eso te evita hacer una sugerencia tú – te importa su preferencia, no la tuya. No eres un cabrón.
María sugiere un kebab. En realidad no le gusta mucho, pero hay uno cerca y nadie se quejó la última vez. En realidad ella querría ir a un italiano buenísimo pero se figura que la gente no tiene ganas de cena de mantel y pagar más dinero. E imponer su preferencia es de cabrones. Así que propone kebab como compromiso que hará más o menos felices a todos.
Pepe dice «Por mí vale». En realidad no vale, no le gusta particularmente ese kebab por grasiento y porque se pasará la noche tirándose pedos como un caballo, pero María es su novia y no va a llevarle la contraria hoy, porque hay que ser capullo, y porque así él sentirá que su novia le debe una.
Carlos dice que vale, aunque en realidad no le vale, pero es mejor una decisión rápida que discutir torpemente o un silencio indeciso. Él preferiría ir al italiano que fue con María pero si dos amigos han dicho ya que kebab, no les va a llevar la contraria, porque no es un capullo.
Claro, todo el mundo te mira a ti, y tú no vas a ser el gilipollas que les lleve la contraria a todos y dar la nota, insistiendo en que prefieres pasar del kebab mugriento de la esquina e ir, por ejemplo, a un restaurante de verdad, como el italiano del que te habló María. Así que todos váis al kebab. Otra vez.
Este es el problema: todos quieren parecer generosos y anteponer las preferencias del resto a las suyas, y para ello ocultan las propias, pero el problema es que para poder anteponer las de los demás tendríamos que conocerlas, y no podemos porque ellos también están ocultando las suyas. Así que en realidad estamos todos trabajando con unas premisas falsas, de modo que acabamos tomando decisiones que no gustan a nadie.
La clave de que se de esto es que tenemos confundido lo que es ser un cabrón egoísta: no eres un cabrón egoísta por decir todo el tiempo lo que quieres de verdad, eres un cabrón egoísta según cómo te comportas cuando no lo consigues. De hecho no sé vosotros, pero para mí el andar todo el tiempo ocultando lo que quieres de verdad para aparentar ser más noble y desprendido es una capullada bastante egoísta.
Y claro, eso te lleva a la consecuencia: no queremos ser una carga para los demás, así que nos acabamos convirtiendo en una carga mayor para los demás.

A nadie le gusta la idea de ser dependiente. Es una palabra con unas connotaciones espantosas. Todos queremos ser independientes y no necesitar a nadie. De hecho, esa es una de las cuestiones fundamentales de la derecha, que todos esos servicios y beneficios sociales hacen que la gente se vuelva acomodaticia y dependiente.
Imaginemos una situación:
– Oye, necesito que me dejes 3000 €, porque me van a embargar si no.
– ¿Qué? ¿Por qué?
– Pedí dinero a una empresa de esas que se anuncian por la TV. Eran 750 € hace 2 años, que con los intereses suben a 3000.
– ¿Y POR QUÉ MIERDA NO ME PEDISTE 750 HACE 2 AÑOS?
– No quería ser una carga.
A esto se le llama paradoja de la dependencia: al no querer ser un coste, acabas costando más que si hubieras admitido necesitar ayuda en primer lugar. Esto pasa en todas las relaciones, y a todos los niveles. De hecho, cuando uno de los miembros de una pareja o cualquier otra relación admite necesitar ayuda, las cosas mejoran en la relación (irónicamente, haciendo a ambos miembros de la relación más independientes).
Esto es así desde la infancia. Formar vínculos de apego y dependencia es necesario, no sólo para la supervivencia, sino para el desarrollo correcto de la psicología de uno. Si dejas a un bebé o a un crío que se busque la vida por sí solo, suponiendo que no se muera, no tendrás un adulto más independiente y fuerte, sino una persona rota.
Ser autosuficiente no significa no pedir nunca ayuda. De hecho, tener necesidades de vez en cuando hace que caigas mejor a los demás, porque te hace más humano. El mundo está lleno de gente destrozada porque no eran capaces de admitir que necesitaban ayuda, y que acarrean relaciones rotas como resultado. Por eso hay gente que es tan rápida a la hora de rechazar cualquier cosa que podría hacerles felices, o que desprecian y se enfadan ante cualquiera que pide ayuda. A menudo sacrificamos nuestra propia felicidad con tal de quedar bien delante de la tribu.
Es que si vas por ahí predicando que el fundamento de una sociedad civilizada es el apoyo mutuo y que no hay nadie independiente en realidad, te llaman bolchevique y trasnochado.
Eso es porque el liberalismo randiano y demás ideologías son un aborto mental y una ideología muy conveniente para mantener a los esclavos felices.
«Si dejas a un bebé o a un crío que se busque la vida por sí solo, suponiendo que no se muera, no tendrás un adulto más independiente y fuerte, sino una persona rota.»
Vaya, me has calado con sólo una frase